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Seguro que millones de veces habéis escuchado que las historias tienen dos versiones y que es interesante eschuchar cada una de ellas. Pues está en vuestras manos crearlas. Esta vez vamos a inventar una historia, un único relato con dos versiones algo diferentes... 

 

La primera frase será el inicio del primer texto y la segunda frase encabezará la siguiente versión. Servirá para tener desde el principio un punto de vista diferente. Podéis crear al menos dos personajes, y contar la historia en primera persona, de voz de cada uno de los personajes. 

 

Vamos por partes: en primer lugar pensad el tema, de qué tratará la historia. Tiene que ser algo que sea suficiente interesante como para tener dos versiones (suspense, intriga, detalles...) 

A continuación empezad la redacción de la trama, teniendo en cuenta que los personajes son el eje más importante del texto. Hay que dedicar algo de tiempo a construir esos personajes. No podéis olvidar la relación que existe entre ellos, incluso podéis pensar en algún conflicto que os facilite la trama del argumento. 

 

Si os apetece, por hacerlo más interesante, podemos hacer este trabajo en parejas, y que cada uno se haga responsable de una versión de la historia. 

 

Os dejo un ejemplo... 

 

 

"El teléfono empezó a sonar de madrugada..."

"Decidí llamar a su casa de madrugada..."

LUCAS

 

El teléfono empezó a sonar de madrugada. No me molestó. Me había despertado a las 3:00 para continuar escribiendo el futuro artículo, que, Eric y yo teníamos entre manos. Estábamos sacando a la luz, poco a poco, una información, que, tanto nos podía hacer ricos, cómo encarcelarnos injustamente. Corríamos riesgos. Entendíamos lo que podía suceder, comprendíamos las consecuencias, pero aún así decidimos seguir adelante. Habíamos descubierto que el partido estaba implicado en el mayor caso de estafa de la historia de nuestro Gobierno.

 

Lo cogí. Era él. Solté un suspiro de alivio al oír su voz que tantas veces había deseado escuchar por la otra línea. Eric llevaba días desaparecido. El lunes anterior cuando llegué a casa después de clase, grité su nombre y no contestó, entré en su habitación, sede central de nuestra investigación. Estaba hecha un desastre, papeles por el suelo, el ordenador a piezas, cajones mal cerrados, la ventana abierta... Con mi larga experiencia en series policíacas, pude deducir que alguien buscaba algo. De repente me asusté. Los documentos que implicaban directamente al jefe superior de Justicia estaban escondidos bajo las sábanas de Eric. Nunca pensé que  aquel fuera un gran escondite, pero mi colega de piso no me hacía demasiado caso. Evidentemente, después de ver aquel panorama me dí cuenta que nos habían robado los informes.

 

La voz de Eric sonaba agitada. Por el silencio de fondo, deduje que estaba en un lugar cerrado y vacío. Dudé, pero le saqué importancia al pensar que se trataba de mi periodística distorsión del mundo. Ya me había jugado malas pasadas.

 

Oí un ruido, venía de detrás mío. De repente se me cayó el teléfono al suelo. Me giré lentamente mientras oía a Eric gritar mi nombre hasta que se calló. Sabía qué quería decir eso. Él oiría todo lo dicho en esa habitación.

 

Miré directamente el rostro del tío que tenía enfrente, con una pipa en su mano que apuntaba directamente a mi cabeza. Pensé que sería imposible salir de ésta. Tartamudeé su nombre. Él seguía apuntándome. Pedí a todos los dioses que Eric no hubiera colgado.

 

Por suerte el primer disparo estalló contra la pared. Pero estaba convencido que la segunda bala no sería tan torpe. Noté que una lágrima luchaba por ser vista, pero no me podía permitir llorar. La parca me miraba a los ojos. Me tiré al suelo. En ese momento, en lo único que pensaba era en ganar tiempo. Me cogió del brazo recolocándome en el punto de mira de su arma. Quitó el seguro. Me empecé a mover de un lado a otro, intentando alargar la distancia entre la pistola y mi cabeza. Lo último que recuerdo fue el agudo sonido de aquel definitivo segundo disparo.

 

ERIC

 

Decidí llamar a casa de madrugada. Sabía que a aquellas horas no habría nadie vigilando y Lucas estaría delante de su ordenador. Le quedaban tan solo un par de páginas del artículo sobre corrupción en el que llevábamos meses trabajando, y que probablemente nos llevaría a la cárcel, al menos a mí.

 

Había sido realmente difícil acercarme a casa en los últimos días. Mi nombre completo, con mi foto y mi número de identificación, habían sido filtrados en las listas de investigación del partido. Aquello suponía que me estaban buscando para silenciarme. Me conocían bien, había colaborado con ellos varios meses, antes de ser identificado. Fui el becario del Jefe superior de justicia del gobierno, un topo, un infiltrado que tenía acceso a los documentos más comprometidos del departamento.

 

Cuando Lucas cogió el teléfono, sentí cierto alivio, hacía más de una semana que no hablaba con él, y estaba convencido que estaría atacado de los nervios desde que descubrió el desastre de mi habitación. Lo tranquilicé. Le conté que los papeles dónde aparecía la firma del ministro, que demostraba los robos constantes de dinero público, los tenía yo. Me había adelantado a los matones del gobierno. Si ellos los encontraban, todo hubiera acabado, y no podía confiar en que Lucas los protegiera con su vida.

 

Con este documento, a parte de acusarlos de soborno, contratos ilegales y evasión de impuestos, podíamos demostrar también que el máximo responsable del Ministerio de Justicia había mentido en el juicio.

 

De pronto escuché un ruido, un sonido seco, el teléfono se acababa de estampar contra el suelo, y no había duda que en aquella casa acababa de entrar alguien más. Lucas se quedó mudo. Yo grité su nombre un par de veces. Hasta que decidí callar y limitarme a escuchar. Entre varias voces de reproche, pude distinguir un nombre. Sin duda Lucas estaba en peligro. Aquella situación era tensa, si dejaba el teléfono me perdería los detalles y no llegaría a tiempo para evitar lo que me temía. Así que decidí quedarme allí y seguir descifrando una conversación cada vez más lejana.

 

De pronto un disparo. Dudé. E intenté convencerme que Lucas seguiría vivo. No estaba seguro, pero necesitaba creer en él. En aquel momento salí corriendo. Plantado en el interior de aquella cabina no podría ayudarle. Así que corrí todo lo rápido que pude. Crucé las cuatro calles que me separaban de casa. El portal estaba abierto, lo habían  forzado. Salté los escalones de tres en tres. Se me acababa el tiempo. Seguía creyendo en Lucas. Tenía que estar vivo. Pero ignoraba lo que había ocurrido en aquella habitación desde que solté el maldito teléfono.

 

Al fin, ante la puerta, pude contemplar en directo como aquel energúmeno disparaba de nuevo su arma y salía huyendo. Al pasar por mi lado, me rozó, pero lo ignoré. Lo único que me preocupaba era acercarme a Lucas, que estaba tendido en el suelo. Fui directamente hacia él. Asustado, temiéndome lo peor, agarré la muñeca inmóvil de mi compañero. Respiré con cierto alivio. A pesar de todo, Lucas aún tenía pulso.

 

Júlia Bellet i Maria Chamón

 

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